Cuando viajo, cuando me pierdo por las calles de cualquier ciudad que no sea la mía, es muy raro que no entre en cada iglesia que vea abierta. Cada iglesia es un refugio, un oasis de paz, un rato de silencio, un encuentro contigo mismo.
Y en muchas, por no decir en todas, encuentras tesoros inesperados. Puede ser un baptisterio, una capilla en penumbra, un silencioso sepulcro. O como en esta, de la Iglesia de San José, en Águilas, un Cristo Yacente que te deja sin respiración.
Sólo hay que echar a andar y saber mirar. El resto está por venir.
Y en muchas, por no decir en todas, encuentras tesoros inesperados. Puede ser un baptisterio, una capilla en penumbra, un silencioso sepulcro. O como en esta, de la Iglesia de San José, en Águilas, un Cristo Yacente que te deja sin respiración.
Sólo hay que echar a andar y saber mirar. El resto está por venir.

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